lunes, 31 de octubre de 2011

¿quién es Manuel rojas?

BIOGRAFÍA
Manuel Rojas nació el 8 de enero de 1896 en la ciudad de Buenos Aires. Era hijo de chilenos.En 1899 se instalan en Santiago, pero en 1903 la madre, viuda, vuelve a Buenos Aires.Estudió hasta los 11 años. A los 16 cruza la cordillera de los Andes, realizando en Chile una seguidilla de trabajos: pintor, electricista, vendimiador, peón del Ferrocarril Trasandino, estibador,aprendiz de sastre, talabartero, cuidador de faluchos en Valparaíso, consueta y actor en compañías teatrales que recorren el país.Casó con María Baeza con quien tuvo tres hijos. Trabaja en las prensas de la Universidad de Chile, en la Biblioteca Nacional. Es articulista en Los Tiempos y en Las Ultimas Noticias. Labora en el Hipódromo Chile. Enviuda, vuelve a casarse, recorre Europa, Suramérica y Oriente Medio. Dicta cátedras sobre literatura chilena y americana en universidades de Estados Unidos.Fue profesor en la Universidad de Chile.Hijo Ilustre de Valparaíso y Premio Nacional de Literatura 1957.
Fallece en Santiago el 11 de marzo de 1973.

EL ESCRITOR
Manuel Rojas escribe a partir de vivencias personales, lo cual le permite adentrarse en la sicología de los personajes con proverbial talento. Nadie como él para recrear los ambientes sórdidos donde se desarrolla la existencia de gran parte del pueblo chileno, nadie como él para pintar las personas pobres, rastrear en su personalidad, reflejar los males del chileno común, especialmente, su atracción por el alcohol y el sexo. Nadie como él para internarse en los vericuetos de la pobreza, el desamparo, la estolidez, la solidaridad, los prejuicios sociales. No alza el dedo ni eleva la mano agitadora. No denuncia. Muestra, describe, presenta los hechos. Con pasión, es cierto, a veces con la frialdad del médico que cura las enfermedades, pero jamás con indiferencia.Ayuda a todo ésto el uso acertado del lenguaje mediante un estilo que es notable. Manuel Rojas posee uno de los pocos estilos atractivos que existen en Chile: claro, sencillo, interesante, motivador, que capta y arrastra, que obliga a leerlo. A veces se alarga, otras veces busca la síntesis, pero todo es un compendio de humanidad, donde lo que se dice no sobra y está en el lugar adecuado.Tiene mucho de la conversación íntima entre dos personas.
Leerle es un placer, de esos placeres cada vez más lejanos, puesto que los escritores actuales no se caracterizan, precisamente, por hacer reiterados homenajes al estilo, a un buen estilo.

LOS LIBROS
Hijo de Ladrón es su obra más conocida y famosa, la que lo envió a los aires trascendentes. Es una autobiografía y en ella ya se manifiesta el talento recreador de Manuel Rojas. Escribió otras novelas interesantes, que tuvieron éxito de crítica y de público, pero Hijo de Ladrón es su epopeya máxima, el texto que lo remitió a la gloria.
Nómina de libros publicados:
Poéticas.1921
Hombres del Sur.1926
Tonada del transeúnte.1927
El delincuente.1929
Lanchas en la bahía.1932
Travesía.1934
La ciudad de los Césares.1936
De la poesía a la revolución.1938
José Joaquin Vallejo.1942
El bonete maulino.1943
Hijo de Ladrón.1951
Desecha rosa.1954
Imágenes de infancia.1955
Chile:cinco navegantes y un astrónomo.1956
Los costumbristas chilenos.1957
Mejor que el vino.1958
Punta de Rieles.1960
El árbol siempre verde.1960
Antología autobiográfica.1962
Esencias del pais chileno. 1963
Historia Breve de la literatura chilena.1964
Pasé por México un dia.1964.
Sombras contra el muro 1964
Manual de literatura chilena.1964
Viaje al país de los profetas.1969
La oscura vida radiante. 1971.
Justo Arteaga Alemparte.1974

Cuento:" El vaso de leche"


El vaso de leche
Manuel Rojas

AFIRMADO en la barandilla de estribor, el marinero parecía esperar a alguien. Tenía en la mano izquierda un envoltorio de papel blanco,
manchado de grasa en varias partes. Con la otra mano atendía la pipa.
... Entre unos vagones apareció un joven delgado; se detuvo un instante, miró hacia el mar y avanzó después, caminando por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos, distraído o pensando.
... Cuando pasó frente al barco, el marinero le gritó en inglés:
... -I say; look here! (¡Oiga, mire!)
... El joven levantó la cabeza, y, sin detenerse, contestó en el mismo idioma:
illantes el paquete que el marinero tenía en las manos, contestó apresuradamente:
... -Yes, sir, I am very much hungry! (¡Si, señor, tengo harta hambre!)
... Sonrió el marinero. El paquete voló en el aire y fue a caer entre las manos ávidas del hambriento. Ni siquiera dio las gracias, y abriendo el envoltorio calentito aún, sentóse en el suelo, restregándose las manos alegremente al contemplar su contenido. Un atorrante de puerto puede no saber inglés, pero nunca se perdonaría no saber el suficiente como para pedir de comer a uno que habla ese idioma.
... El joven que pasara momentos antes, parado a corta distancia de allí, presenció la escena.
... El también tenía hambre. Hacía tres días justos que no comía, tres largos días. Y más por timidez y vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas de los vapores, a las horas de comida, esperando de la generosidad de los marineros algún paquete que contuviera restos de guisos y trozos de carne. No podía hacerlo, no podría hacerlo nunca. Y cuando, como en el caso reciente, alguno le ofrecía sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la negativa aumentaba su hambre.
... Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de aquel puerto. Lo había dejado allí un vapor inglés procedente de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un vapor en que servía como muchacho de capitán. Estuvo un mes allí, ayudando en sus ocupaciones a un austriáco pescador de centollas, y en el primer barco que pasó hacia el norte embarcóse ocultamente.
... Lo descubrieron al día siguiente de zarpar y enviáronlo a trabajar en las calderas. En el primer puerto grande que tocó el vapor lo desembarcaron, y allí quedó, como un fardo sin dirección ni destinatario, sin conocer a nadie, sin un centavo en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno.
... Mientras estuvo allí el vapor, pudo comer, pero después... La ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas llenas de tabernas y posadas pobres, no le atraía; parecíale un lugar de esclavitud, sin aire, obscura, sin esa grandeza amplia del mar, y entre cuyas altas paredes y calles rectas la gente vive y muere 

aturdida por un tráfago angustioso.
... Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas y definidas como un brazo poderoso una delgada varilla. Aunque era muy joven había hecho varios viajes por las costas de America del Sur, en diversos vapores, desempeñando distintos trabajos y faenas, faenas y trabajos que en tierra casi no tenían aplicación.
... Después que se fue el vapor, anduvo y anduvo, esperando del azar algo que le permitiera vivir de algún modo mientras tomaba sus canchas familiares; pero no encontró nada. El puerto tenía poco movimiento y en los contados vapores en que se trabajaba no lo aceptaron.
... Ambulaban por allí infinidades de vagabundos de profesión; marineros sin contrata, como él, desertados de un vapor o prófugos de algún delito; atorrantes abandonados al ocio, que se mantienen de no se sabe qué, mendigando o robando, pasando los días como las cuentas de un rosario mugriento, esperando quién sabe qué extraños acontecimientos, o no esperando nada, individuos de las razas y pueblos más exóticos y extraños, aun de aquellos en cuya existencia no se cree hasta no haber visto un ejemplar vivo.
... Al día siguiente convencido de que no podría resistir mucho más, decidió recurrir a cualquier medio para procurarse alimentos.
... Caminando, fue a dar delante de un vapor que había llegado la noche anterior y que cargaba trigo. Una hilera de hombres marchaba, dando la vuelta, al hombro los pesados sacos, desde los vagones, atravesando una planchada, hasta la escotilla de la bodega, donde los estibadores recibían la carga.
... Estuvo un rato mirando hasta que atrevióse a hablar con el capatáz, ofreciéndose. Fue aceptado y animosamente formó parte de la larga fila de cargadores.
... Durante el primer tiempo de la jornada, trabajó bien; pero después empezó a sentirse fatigado y le vinieron vahídos, vacilando en la planchada cuando marchaba con la carga al hombro, viendo que a sus pies la abertura formada por el costado del vapor y el murallón del muelle, en el fondo de la cual, el mar, manchado de aceite y cubierto de desperdicios, glogloteaba sordamente.
... A la hora de almorzar hubo un breve descanso y en tanto que
algunos fueron a comer en los figones cercanos y otros comían lo que
habían llevado, él se tendió en el suelo a descansar, disimulando su hambre.
... Terminó la jornada completamente agotado, cubierto de sudor, reducido ya a lo último. Mientras los trabajadores se retiraban, se sentó en unas bolsas acechando al capataz, y cuando se hubo marchado el último, acercóse a él y confuso y titubeante, aunque sin contarle lo que le sucedía, le preguntó si podían pagarle inmediatamente o si era posible conseguir un adelanto a cuenta de lo ganado.
... Contestóle el capataz que la costumbre era pagar al final del trabajo y que todavía sería necesario trabajar el día siguiente para concluir de cargar el vapor. ¡Un día más! Por otro lado, no adelantaban un centavo.
... -Pero -le dijo-, si usted necesita, yo podría prestarle unos cuarenta centavos... No tengo más.
... Le agradeció el ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y se fue.
... Le acometió entonces una desesperación aguda. ¡Tenía hambre, hambre, hambre! Un hambre que lo doblegaba como un latigazo; veía todo a través de una niebla azul y al andar vacilaba como un borracho. Sin embargo, no habría podido quejarse ni gritar, pues su sufrimiento era obscuro y fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que estaba aplastado por un gran peso.
... Sintió de pronto como una quemadura en las entrañas, y se detuvo.
Se fue inclinando, inclinando, doblándose forzadamente como una barra de hierro, y creyó que iba a caer. En ese instante, como si una ventana se hubiera abierto ante él, vio su casa, el paisaje que se veía desde ella, el rostro de su madre y el de sus hermanas, todo lo que él quería y amaba apareció y desapareció ante sus ojos cerrados por la fatiga... Después, poco a poco, cesó el desvanecimiento y se fue enderezando, mientras la quemadura se enfriaba despacio. Por fin se irguió, respirando profundamente. Una hora más y caería al suelo.
... Apuró el paso, como huyendo de un nuevo mareo, y mientras marchaba resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar, dispuesto a que lo avergonzaran, a que le pegaran, a que lo mandaran preso, a todo; loimportante era comer, comer, comer. Cien veces repitió mentalmente esta palabra: comer, comer, comer, hasta que el vocablo perdió su sentido, dejándole una impresión de vacío caliente en la cabeza.
... No pensaba huir; le diría al dueño: "Señor, tenía hambre, hambre, hambre, y no tengo con qué pagar... Haga lo que quiera".
... Llegó hasta las primeras calles de la ciudad y en una de ellas encontró una lechería. Era un negocito muy claro y limpio, lleno de mesitas con cubiertas de mármol. Detrás de un mostrador estaba de pie una señora rubia con un delantal blanquísimo.
... Eligió ese negocio. La calle era poco transitada. Habría podido comer en uno de los figones que estaban junto al muelle, pero se encontraban llenos de gente que jugaba y bebía.
... En la lechería no había sino un cliente. Era un vejete de anteojos, que con la nariz metida entre las hojas de un periódico, leyendo, permanecía inmóvil, como pegado a la silla. Sobre la mesita había un vaso de leche a medio consumir.
... Esperó que se retirara, paseando por la acera, sintiendo que poco a poco se le encendía en el estómago la quemadura de antes, y esperó cinco, diez, hasta quince minutos. Se cansó y paróse a un lado de la puerta, desde donde lanzaba al viejo unas miradas que parecían pedradas.
... ¡Qué diablos leería con tanta atención! Llegó a imaginarse que era un enemigo suyo, el cual, sabiendo sus intenciones, se hubiera propuesto entorpecerlas. Le daban ganas de entrar y decirle algo fuerte que le obligara a marcharse, una grosería o una frase que le indicara que no tenía derecho a permanecer una hora sentado, y leyendo, por un gasto tan reducido.
... Por fin el cliente terminó su lectura, o por lo menos la interrumpió. Se bebió de un sorbo el resto de leche que contenía el vaso, se levantó pausadamente, pagó y dirigióse a la puerta. Salió; era un vejete encorvado, con trazas de carpintero o barnizador.
... Apenas estuvo en la calle, afirmóse los anteojos, metió de nuevo la nariz entre las hojas del periódico y se fue, caminando despacito y deteniéndose cada diez pasos para leer con más detenimiento.
... Esperó que se alejara y entró. Un momento estuvo parado a la entrada, indeciso, no sabiendo dónde sentarse; por fin eligió una mesa y dirigióse hacia ella; pero a mitad de camno se arrepintió, retrocedió y tropezó en una silla, instalándose después en un rincón.
... Acudió la señora, pasó un trapo por la cubierta de la mesa y con voz suave, en la que se notaba un dejo de acento español, le preguntó:
... -¿Qué se va usted a servir?
... Sin mirarla, le contestó:
... -Un vaso de leche.
... -¿Grande?
... -Sí, grande.
... -¿Solo?
... -¿Hay bizcochos?
... -No; vainillas.
... -Bueno, vainillas.
... Cuando la señora se dio vuelta, él se restregó las manos sobre las rodillas, regocijado, como quien tiene frío y va a beber algo
caliente.
... Volvió la señora y colocó ante él un gran vaso de leche y un platillo lleno de vainillas, dirigiéndose después a su puesto detrás del mostrador. 

... Su primer impulso fue el de beberse la leche de un trago y comerse después las vainillas, pero en seguida se arrepintió; sentía que los ojos de la mujer lo miraban con curiosidad. No se atrevía a mirarla; le parecía que, al hacerlo, conoceria su estado de ánimo y sus propósitos vergonzosos y él tendría que levantarse e irse, sin probar lo que había pedido.
... Pausadamente tomó una vainilla, humedeciéndola en la leche y le dio un bocado; bebió un sorbo de leche y sintió que la quemadura; ya encendida en su estómago, se apagaba y deshacía. Pero, en seguida, la realidad de su situación desesperada surgió ante él y algo apretado y
caliente subió desde su corazón hasta la garganta; se dio cuenta de que iba a sollozar, a sollozar a gritos, y aunque sabía que la señora lo estaba mirando, no pudo rechazar ni deshacer aquel nudo ardiente que se estrechaba más y más. Resistió, y mientras resistía, comió apresuradamente, como asustado, temiendo que el llanto le impidiera comer. Cuando terminó con la leche y las vainillas se le nublaron los ojos y algo tibio rodó por su nariz, cayendo dentro del vaso. Un terrible sollozo lo sacudió hasta los zapatos.
... Afirmó la cabeza en las manos y durante mucho rato lloró, lloró con pena, con rabia, con ganas de llorar, como si nunca hubiera llorado.
... Inclinado estaba y llorando, cuando sintió que una mano le acariciaba la cansada cabeza y una voz de mujer, con un dulce acento español, le decía:
... -Llore, hijo, llore...
... Una nueva ola de llanto le arrasó los ojos y lloró con tanta fuerza como la primera vez, pero ahora no angustiosamente, sino con alegría, sintiendo que una gran frescura lo penetraba, apagando eso caliente que le había estrangulado la garganta. Mientras lloraba, parecióle que su vida y sus sentimientos se limpiaban como un vaso bajo un chorro de agua, recobrando la claridad y firmeza de otros
días.
... Cuando pasó el acceso de llanto, se limpió con su pañuelo los ojos y la cara, ya tranquilo. Levantó la cabeza y miró a la señora, pero ésta no le miraba ya, miraba hacia la calle, a un punto lejano, y su rostro estaba triste.
... En la mesita, ante él, había un nuevo vaso lleno de leche y otro platillo colmado de vainillas; comió lentamente, sin pensar en nada, como si nada le hubiera pasado, como si estuviera en su casa y su madre fuera esa mujer que estaba detrás del mostrador.
... Cuando terminó ya había obscurecido y el negocio se iluminaba con
la bombilla eléctrica. Estuvo un rato sentado, pensando en lo que le diría a la señora al despedirse, sin ocurrírsele nada oportuno.
... Al fin se levantó y dijo simplemente:
... -Muchas gracias, señora; adiós...
... -Adiós, hijo... -le contestó ella.
... Salió. El viento que venía del mar refrescó su cara, caliente aún por el llanto. Caminó un rato sin dirección, tomando después por una calle que bajaba hacia los muelles. La noche era hermosísima y grandes estrellas aparecían en el cielo de verano.
... Pensó en la señora rubia que tan generosamente se había conducido, e hizo propósitos de pagarle y recompensarla de una manera digna cuando tuviera dinero; pero estos pensamientos de gratitud se desvanecían junto con el ardor de su rostro, hasta que no quedó ninguno, y el hecho reciente retrocedió y se perdió en los recodos de su vida pasada.
... De pronto se sorprendió cantando algo en voz baja. Se irguió alegremente, pisando con firmeza y decisión.
... Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro, elásticamente, sintiéndose rehacer, como si sus fuerzas anteriores, antes dispersas, se reunieran y amalgamaran sólidamente.
... Después la fatiga del trabajo empezó a subirle por las piernas en un lento hormigueo y se sentó sobre un montón de bolsas.
... Miró el mar. Las luces del muelle y las de los barcos se extendían por el agua en un reguero rojizo y dorado, temblando suavemente. Se tendió de espaldas, mirando el cielo largo rato. No tenía ganas de pensar, ni de cantar, ni de hablar. Se sentía vivir, nada más.
... Hasta que se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el mar.

el realismo mágico

El realismo mágico es un género metalingüístico y literario de mediados del siglo XX. El término fue inicialmente usado por un crítico de arte, el alemán Franz Roh, para describir una pintura que demostraba una realidad alterada. El término llegó a nuestra lengua con la traducción en 1925 del libro Realismo mágico (Revista de Occidente, 1925), fue en gran medida influenciado por las obras surrealistas de la escritora chilena Maria Luisa Bombal1 pero más tarde en 1947, fue introducido a la literatura hispanoamericana por Arturo Úslar Pietri en su ensayo El cuento venezolano. Señala Úslar:
Lo que vino a predominar en el cuento y a marcar su huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que a falta de otra palabra podrá llamarse un realismo mágico.






sábado, 29 de octubre de 2011

el ensayo:

El ensayo consiste en la interpretación de un tema (humanístico, filosófico, político, social, cultural, deportivo, etc) sin que sea necesariamente obligado usar un aparato documental, de manera libre, asistemática y con voluntad de estilo. Se trata de un acto de habla perlocutivo.
Sólo en la edad contemporánea ha llegado a alcanzar una posición central. En la actualidad está definido como género literario, debido al lenguaje muchas veces poético y cuidado que usan los autores, pero en realidad, el ensayo no siempre podrá clasificarse como tal. En ocasiones se reduce a una serie de divagaciones y elucubraciones, la mayoría de las veces de aspecto crítico, en las cuales el autor expresa sus reflexiones acerca de un tema determinado o, incluso, sin tema alguno.
Ortega y Gasset lo definió como «la ciencia sin la prueba explícita». Alfonso Reyes, por otra parte, afirmó que «el ensayo es la literatura en su función ancilar» (es decir, como esclava o subalterna de algo superior), y también lo definió como «el Centauro de los géneros». El crítico Eduardo Gómez de Baquero (más conocido como Andrenio) afirmó en 1917 que «el ensayo está en la frontera de dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía, y hace excursiones del uno al otro». Y por su parte Eugenio D'Ors lo definió como la «poetización del saber».
Su origen se encuentra en el género epidíctico de la antigua oratoria grecorromana, y ya Menandro el Rétor, aludiendo al mismo bajo el nombre de «charla», expuso algunas de sus características en sus Discursos sobre el género epidíctico:
  • Tema libre (elogio, vituperio, exhortación).
  • Estilo sencillo, natural, amistoso.
  • Subjetividad (la charla es personal y expresa estados de ánimo).
  • Se mezclan elementos (citas, proverbios, anécdotas, recuerdos personales).
  • Sin orden preestablecido (se divaga), es asistemático.
  • Extensión variable.
  • Va dirigido a un público amplio.
  • Conciencia artística.
  • Libertad temática y de construcción.

comentario libro: "la metamorfosis"

 El libro si bien está hecho de una forma muy poco usual,es fácil de entender cada acción realizada por los personajes.su grado de complejidad se be claramente al momento de tratar de entenderlo,ya que su idea o mensaje a los lectores a diferencia de otras obras no se ve explicita.
     Gregorio Samsa es un joven trabajador ,quien se be apenado ya que como persona no se ha logrado desarrollar ,el quisiera ,al igual que todas las personas de su edad,tener esposa e hijos,dicho de otra forma formar su propia familia con su hogar .todos estos deseos se ven opacados dado que este se encuentra atado a la responsabilidad de pagar una deuda económica perteneciente a sus padres.tiene problemas,esta triste y solo lo que lo conlleva a entrar en una profunda depreción en la cual se transforma en un insecto asqueroso a el cual ningún miembro de su familia desea ver.finalmente Gregorio llega a la muerte.
           la critica principal que el autor hace a la sociedad actual es que todos estamos tan segados por las responsabilidades y las cosas malas que nos ocurren que nos deprimimos y veos todo gris,en vez de tomar las cosas mas a la ligera.no se puede dejar de mencionar la inconsciencia de los padres de Samsa quienes de una u otra forma no hicieron nada ante esta catástrofe.

resumen del libro:"la metamorfosis"


En esta novela el autor, Franz Kafka, cuenta la historia de un joven llamado Gregorio que ve como su vida cambia mucho después de convertirse en un insecto.

Gregorio era viajante comercial y sacaba adelante a toda su familia. Una mañana amanece con cuerpo de insecto, y asustado, permanece en su cuarto sin hacer caso a las llamadas de su familia. Intenta ponerse en pie, pero no domina su nuevo cuerpo y quiere abrir la puerta de su cuarto. Cuando lo consigue le da una enorme sorpresa a su jefe que se va rápidamente, su madre cae desmayada asustada de ver a su hijo y su padre enfadado le obliga a meterse en su cuarto con crueldad.

Después de todo lo ocurrido Gregorio es abandonado por su familia, solo mantiene una pequeña relación con su hermana Grete que le da de comer y le atiende, pero a su hermana le da asco su cuerpo.

En una limpieza de la madre y la hermana, comienzan a quitar muebles, Gregorio se asusta y sale corriendo, la madre lo vio y comenzó a gritar y ambos se pusieron muy nerviosos, cuando llega el padre comienza a golpearle con manzanas haciéndole una herida.

Al encontrarse la familia pobres, intentan sacar dinero, por lo que alquilan habitaciones. Gregorio ocasiono algunos problemas a su familia con los que alquilaban la habitación así que decide dejar de comer para quitarse de en medio y liberar a su familia de todos los problemas que causaba.

Al día siguiente la criada encuentra a Gregorio muerto, y lo tira a la basura. Comienza entonces otro cambio para la familia, pero esta vez para bien.


Gregorio Sams: es el protagonista, es un joven viajante de comercio que tiene que sacar adelante a toda su familia. Su transformación de hombre a insecto afecta notablemente a su personalidad. Al principio se ve como un hombre optimista y esperanzado, y superado por la situación, se convierte debido a su sentimiento de aislamiento en un ser triste, que ha perdido la esperanza y las ganas de vivir. Pero a pesar de ver como su familia lo margina, él los sigue viendo con sus mejores ojos e incluso los justifica

Grete Sams: es la joven de 17 años hermana de Gregorio. Es el personaje que sufre el cambio más evidente de personalidad. Al principio nos la presentan como una joven dulce y comprensiva con la que Gregorio tenía una relación muy estrecha, era la única que se ocupaba de él. El cambio es radical, pero poco a poco, pasa de visitarle todos los días a dejar que la criada se ocupe de sus cuidados y su relación se vuelve cada vez más fría y limitada, incluso propone a sus padres que se deshagan de él, que no pueden seguir aguantando esa situación.

Señor Sams: es el padre de Gregorio, es un hombre de avanzada edad, que perdió su trabajo. Al principio, nos cuentan que cuando salía de viaje su padre lo esperaba ansioso y lo recibía con entusiasmo, se puede decir que aunque no era nada espectacular, su relación era mínimamente estrecha. Con la transformación de Gregorio cambia totalmente la actitud del padre hacia él, se vuelve arisco y malhumorado,  
Señora Sams: es la madre de Gregorio y es una mujer con una salud irregular, se cansa con facilidad y le falla la respiración. Es un personaje que al principio siente un enorme asco y repulsión hacia Gregorio como demuestra desmayándose cada vez que lo ve; pero poco a poco le puede más su instinto maternal y se muestra más compresiva con él. En una ocasión el señor Sams intentó acabar con Gregorio y la madre le suplica que lo deje vivir.


Criadas: a lo largo de la obra son tres las criadas que podemos encontrar:

Ana, la primera, pide que la despidan ya que no aguanta la situación

La segunda criada, una mujer de unos 60 años, pone como condición no tener ningún contacto con Gregorio y pide no salir de la cocina, lo que es aceptado en un principio, luego deciden despedirla.

La tercera criada, una mujer de rasgos marcados, es totalmente diferente a las anteriores, no solo acepta la presencia de Gregorio sino que además se muestra dispuesta a hacerse cargo de él, tarea que desempeña de una forma cruel que asusta a Gregorio.

Huéspedes: eran tres señores de mucho prestigio. Al conocer la existencia de Gregorio se ven molestos y se despiden. Son expulsados de la casa por el señor Sams.



El autor describe las situaciones con mucho detalle, te hace saber como se siente el protagonista. El que sea una novela tan dura y triste no la hace menos interesante, y aunque en ocasiones sentías pena por la situación de Gregorio, no es excesivamente dramática. La muerte de Gregorio aunque se veía que iba a pasar es sorprendente, por la rapidez con la que se produce.

Esta es sin duda una obra que recomendaría porque además de no ser un libro especialmente largo no se hace pesado leerlo.



Jose Miguel Cara Bayo